“La pesca es un mundo creado aparte de todos los otros y tiene dentro mundos especiales propios” (Norman MacLean: Nada es para siempre). La frase define a la pesca como un arte que excede el mero acto de “tirar y sacar”, una conexión espiritual con la naturaleza. Partimos a la Costanera Norte tratando de desafiar este pensamiento, en busca de lo mundano.
Mirando hacia el Río de la Plata y como continuación perfecta de Palermo, está la Costanera Norte. A lo largo de dos kilómetros de paseo ribereño se ven velludos pescadores que miran absortos sus tanzas a flote. “El río está revuelto, algo crecido y no hay peces, por ahí algún que otro bagrecito o patí. Ni un solo pique en más de dos horas”, comenta Demetrio, viejo morador de estos pagos, quien desoye los consejos de no comer pescado aquí por la turbiedad de las aguas. “Los pescados grandes vienen de adentro. No pasa nada”, dice. Pero la contaminación es real: resulta triste ver botellas de gaseosas flotando, entre otras inmundicias.
Eduardo es el típico pescador urbano de esta zona: su forma de hablar denota sabiduría en el tema. “Se puede pescar siempre y cuando no esté la luna llena, porque el pescado se va río adentro, a las profundidades”, dice con la voz entrecortada. Para él, “la temporada de verano para la boga es espectacular”, así que se viene todos los sábados con su hijo menor. Hoy tuvo un saldo positivo: “Saqué una boguita de tres kilos, algo raro para la Costanera”.
Nos acercamos a un puesto de carnadas. El panorama tampoco es desalentador para Sergio, que lleva su negocio hace más de diez años. “Fijate que todos sacaron algo: bagres amarillos, bogas, patíes, hasta armados. Acá hay de todo”, afirma este simpático barbudo. Sin embargo, no está a gusto con la moda chic que se apropió de la Costanera Norte: “La gente ahora viene a comer a estos restaurantes carísimos y los pescadores estamos cada vez más afuera del paisaje”. Mientras tanto, algunos físicos portentosos le dan duro a los pedales, otros llegan con sus lustrosos autos de marca, mucho salen de Siga la vaca con ropa que probablemente fue comprada en la Bond Street.
*Martín Hermida*
Mirando hacia el Río de la Plata y como continuación perfecta de Palermo, está la Costanera Norte. A lo largo de dos kilómetros de paseo ribereño se ven velludos pescadores que miran absortos sus tanzas a flote. “El río está revuelto, algo crecido y no hay peces, por ahí algún que otro bagrecito o patí. Ni un solo pique en más de dos horas”, comenta Demetrio, viejo morador de estos pagos, quien desoye los consejos de no comer pescado aquí por la turbiedad de las aguas. “Los pescados grandes vienen de adentro. No pasa nada”, dice. Pero la contaminación es real: resulta triste ver botellas de gaseosas flotando, entre otras inmundicias.
Eduardo es el típico pescador urbano de esta zona: su forma de hablar denota sabiduría en el tema. “Se puede pescar siempre y cuando no esté la luna llena, porque el pescado se va río adentro, a las profundidades”, dice con la voz entrecortada. Para él, “la temporada de verano para la boga es espectacular”, así que se viene todos los sábados con su hijo menor. Hoy tuvo un saldo positivo: “Saqué una boguita de tres kilos, algo raro para la Costanera”.
Nos acercamos a un puesto de carnadas. El panorama tampoco es desalentador para Sergio, que lleva su negocio hace más de diez años. “Fijate que todos sacaron algo: bagres amarillos, bogas, patíes, hasta armados. Acá hay de todo”, afirma este simpático barbudo. Sin embargo, no está a gusto con la moda chic que se apropió de la Costanera Norte: “La gente ahora viene a comer a estos restaurantes carísimos y los pescadores estamos cada vez más afuera del paisaje”. Mientras tanto, algunos físicos portentosos le dan duro a los pedales, otros llegan con sus lustrosos autos de marca, mucho salen de Siga la vaca con ropa que probablemente fue comprada en la Bond Street.
*Martín Hermida*
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